Al cobarde que vive en ti.

No te daré un nombre porque no eres digno de ello.
No te llamaré desconocido porque te conocí hasta el fondo del telón donde presentabas tus mejores shows.  
Te proclamare ficción para que puedas identificarte sin poder si quiera reconocerte. 
Te contaré de ti los miedos más grandes y al finalizar tu corazón será más frío que este invierno.



Te conocí un mes de octubre, ibas con el cabello bien peinado y el corazón desordenado, tomabas un café en la mesa que estaba frente a la mía, sonreíste cuando cruzamos nuestras miradas e intentaste hacer un chiste de mal gusto, cosa que nunca cambiaste con los años, tu falsa modestia y tu arrogante seguridad. Me ganaste con la mirada temerosa con la que me miraste justo antes de marcharme; no creí volver a verte pero a la semana siguiente nos cruzamos por la calle y me atreví a saludarte, me cautivaba la curiosidad de encontrarte otra vez frente a mí. 
Fuiste patéticamente gracioso, te tomó más de lo necesario invitarme un café pero lo lograste y te felicito por ello, la bandeja estaba en la mesa, solo esperaba que tuvieras la iniciativa de tomarla. Fuimos al mismo lugar donde te vi por primera vez y hablamos interesados en el otro como si fueran verdaderas nuestras intenciones, deberías saber que las mías siempre lo fueron, no puedo decir lo mismo de ti pero tranquilo no es que pudieras dar más que eso. 
Me hablaste de tus sueños, de tus ambiciones, que por cierto siempre fueron más grandes que tus propias capacidades, fuiste un fanfarrón a ratos y te escuché con esperanza de que fuera una capa de invisibilidad pero al final resultó que eras tu.

Creerás que la mala ahora soy yo, pero deja que alguien sea franco en esta relación. Sé de buena fuente que no soy la mejor persona, que cometí errores, que te justifiqué en cada uno de tus actos y llamé amor a tu cobardía, te proclamé amo absoluto de mis necesidades y me conformé como un ser humano mediocre a las pequeñas demostraciones de amor que me dabas, sé que di tanto o tan poco como tú pero fui honesta, ingenua o estúpida, ambas se parecen tanto a estas horas de la noche que no podría saberlo con certeza. 

Han pasado años y pese a la decepción envuelta en mi conformismo, he despertado; tal vez fue el cansancio de cerrar los ojos llenos de lágrimas cada noche, o que simplemente la madurez y la vida real tocó mi puerta, no lo sé pero después de tanto, pude mirarte a los ojos y reconocerte como el ser amargo y cobarde que vive en ti, a él va esta carta de despedida.

Adiós noche de mis eternas suplicas, 
Adiós simpático egoísmo que me elevó como cometa y jamás me dejó ser libre.
Adiós amor de mis venenosas fantasías
Espero de ti lo mismo que el tiempo espera del infinito, toda una eternidad de soledad. 

 






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