De la puerta hacia adentro.
De
la puerta hacia adentro la oscuridad es inmensa, particularmente eterna.
De
la puerta hacia adentro el silencio es realmente cegador.
De
la puerta hacia adentro nada brilla, nada sueña, nada calla.
De
la puerta hacia adentro, en el primer paso la soledad te acompaña.
De
la puerta hacia adentro, te voy a contar una historia, una crónica o
casualmente un anécdota;
Voy
a contarles sobre mi primera vez y porque tuve la suerte de embarrarla lo
suficiente, para saber que no existiría una segunda.
La
mayoría de personas, creen que en la vida uno viene aprendido, o que
simplemente el aprendizaje será tan sencillo como comprar una sombrilla, olvidan
que cuando aprendimos a caminar, nos golpeamos una y otra vez, nos sostuvimos
de todo aquello que reconocimos como seguro y poco a poco fuimos capaces de dar
pasos firmes, caminamos como cangrejos y al crecer establecimos nuestro propio
estilo. Tomó tiempo, acaparó miedos, borró sonrisas, pero éramos niños
irracionales, no intentarlo; era una frase lejana de nuestro vocabulario.
La
primera vez que empecé amarlo, sabía que iba a tener problemas, problemas
graves, pues no sabía de qué trataba esa historia, no me la enseñaron y no
vino escrita en mi manual personal de instrucciones, no la percibía como un
acto de cotidianidad, no; el amor era el niño feo de la escuela, en mi vida. Lo
miré extraño los primeros meses, le sonreía de vez en cuando, uno que otro día
le coqueteaba, los meses siguientes, me tropezaba con él y lo ponía frente al abismo
para tirarlo, era demasiado extraño para dejarlo hacer un hogar en mí pero este
fue astuto, hizo una mansión gigante. Construyó uno a uno los cimientos en los
que nunca creí, lo vi hacerse real antes mis ojos, lo tocaba con la palma de mi
mano para saber si era seguro y me sostuve de él, di mis primeros pasos, a
veces gateaba por miedo, en otros momentos caminé sola hacía él. Era
patéticamente hermoso, ridículamente aterrador.
Nunca
cerré mis ojos, por ende nunca confié ciegamente en él.
Nunca
le cerré mi corazón, por ende entró y salió de las formas que lo deseó.
Nunca
fui la misma, desde aquel primer paso que di hacía él.
Nunca
soñé en dos, ni creí en somos, hasta que cambie, en lo que podía creer.
De
la puerta hacia afuera, nos amamos.
De
la puerta hacia adentro, él nunca abrió los ojos.
Nunca
me miró, nunca me conoció.
De
las puertas hacia adentro el amor se disolvió.
La
mansión gigante se quedó,
Y
yo me senté a obsérvala, tarde días en recorrerla.
Parecía
más fuerte que la tormenta,
Pero
cuando el viento sopló y yo sentí la brisa.
Todo
se desplomó.
Me
preparé para caer pero nunca caí, me quedé de pie mientras los escombros me
golpeaban, sangré, por momentos me arrodillé, por instantes deseé caer, pero
permanecí ahí, porque el suelo donde estaba, jamás se movió, ni un mínimo
temblor recibió.
De
la puerta hacia afuera, todos dijeron que era normal, no puedes construir una
mansión donde, nadie ha construido antes.
De
la puerta hacia adentro, en medio de lo que quedó, las personas que vivían
cerca de ahí, se quedaron a recoger los restos, te invitaron a sus casas y
desde el ángulo de tus vecinos, te mostraron como se veía tu mansión, te
felicitaron por ella y pudiste sonreír en medio de la lágrimas, pues era
hermosa.
La
primera vez que hice una promesa y creí en ella, no tuve que romperla, pero
tuve que ver como nunca se haría realidad.
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